Leyenda
Cuentan los abuelos que hace muchos años hubo una gran sequía aquí en el pueblo de san Agustín Tlacotepec, por falta de la lluvia las cosechas estaban ya casi en su totalidad secas, los pozos ya sin agua para que los animales beban, en las mañanas ya no había rocío.
Había un señor llamado sakarama que siempre se la pasaba debiendo alcohol, ya ebrio hacia comentarios que el platicaba con el dios de la lluvia, con la desesperación del hambre y sed que se avecinaba por falta de lluvia, tomando en cuenta sus comentarios el señor presidente municipal lo mando a llamar y le encomendó a que fuera por la lluvia, pero si al regresar no llegaba con el líquido recibiría el mismo castigo que toda gente que traicionaba a su pueblo. El señor se marchó al cerro en busca de la lluvia, llegando a la cima del cerro empezó a gritar dios de la lluvia, donde estas, lluvia, lluvia, Al escuchar eco de su voz en los cerros él estaba convencido que lo escuchaba el dios de la lluvia siguió gritando dios de la lluvia, lluvia, lluvia, donde estas dios de la lluvia, viendo que el sol avanzaba se hacía tarde le entro una desesperación porque no sabía cómo platicarle a su pueblo que todo lo que decía era mentira, prefería quitarse la vida antes de sufrir la vergüenza con su gente, entonces tomo la reata que llevaba consigo lo colgó en un ocotal se amarro al cuello para ahorcarse y al momento del intento oyó una voz, le decia sshh sshh cuando volteo hacia la voz era un viejito con barba larga y canoso, le pregunto: ¿qué haces? ¿Por qué te quieres ahorcar? Sakarama le dijo: señor en mi pueblo yo anduve diciendo que platico con el dios de la lluvia y mi autoridad me mando a venir por ella y si regreso sin lluvia me matan, el anciano se apiado de él, le dijo sígueme, y caminaron hacia la casa de la lluvia al llegar el miro una piedra grande ahí es la casa de la lluvia y a un lado colgaba el pasto frondoso, el viejito le dijo a sakarama que cerrara sus ojos y los abriera cuando él lo indicara. La sorpresa fue que al abrir los ojos estaban en un lugar desconocido a la orilla de una barranca, desde donde se divisaban llanos grandes verdoso, llenos de flores, prosiguiendo la caminata por fin llegaron al campo donde encontraría al dios de la lluvia, ese lugar estaba lleno de huertos de maíz, calabaza, suficiente agua, volaban mariposas, cantaron aves como anunciando la llegada del visitante, salió a recibirlo un señor negro, fortachón el cual resulto ser el ventarrón y el rayo, después salió un señor alto, barbón a quien el viejito saludo con mucho respeto como se hace con grandes personajes, siendo evidente se trataba del dios de la lluvia, pues a él se le explico detalladamente la misión del humilde labrador así como la forma en que este fue salvado el dios de la lluvia le digo te vas con tu gente le dices que yo pido que frente al palacio municipal preparen una rica barbacoa quiero que de esa manera me reciban, sakarama angustiado dijo señor si tu no vas conmigo mi pueblo me va a matar, no te preocupes te llevas calabaza, elotes y así verán que es cierto que hablaste conmigo, sakarama se marchó de regreso, cuando llego platico todo lo que vio entrego los elotes y calabazas que traía, les comento lo que el dios de la lluvia pidió, la autoridad realizo las cosas tal como las pido, volvieron a mandar a sakarama por el dios de la lluvia, se fue al llegar grito ¡dios lluvia! aquí estoy mi pueblo te espera sakarama se regresó cuando el venia bajo del cerro empezó la llovizna siguió caminando cuando llego al centro del pueblo se soltó un aguacero, la autoridad y la gente del pueblo estuvieron muy agradecidos con el señor y siempre lo veían como una persona respetable e importante del pueblo.
Así es como hasta hoy en día la gente del pueblo suben a la cima del cerro lugar donde el señor sakarama se iba a quitar la vida, a llevar la ofrenda para el dios lluvia también al lugar donde aquel anciano lo llevo y esa piedra lleva por nombre casa de la lluvia.
Recuperado de: Lidia Aguilar Aguilar.
Por: Jordi Justino López Aguilar, Adan Jesús Bautista López, Dalia Alberta Bautista Hernández y Jair Miguel Sánchez.
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